LA CORRUPCION: ENFERMEDAD QUE ATACA A LA
DEMOCRACIA
Por: Lcdo. Sergio
Ramos
La democracia fue
definida por Abraham Lincoln como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo”. Un sistema de gobierno basado en la voluntad de los ciudadanos
todos, manifestada a través de los procesos electorales plurales, limpios y
transparentes. Es un modelo de gobernanza regido por el principio de la
igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
La democracia se
funda en un estado derecho que garantiza a los ciudadanos los derechos humanos
y civiles, y en donde coexisten, en diversidad y respeto, las opiniones de
todos. Es un sistema que se asienta en la tolerancia, así como en la honestidad
en quienes el pueblo deposita su confianza, mediante el voto, para que los
gobierne.
En la democracia,
la fe del pueblo en las instituciones y en quienes las dirigen es fundamental
para su estabilidad. La credibilidad de los ciudadanos en las instituciones y
sus gobernantes es vital para su funcionamiento adecuado.
En la medida que
la honestidad de los gobernantes sea mayor y que los principios e instituciones
sean más sólidos, mayor será el nivel de buen funcionamiento, sobrevivencia y
estabilidad del sistema democrático.
Sin embargo, como
con las enfermedades a los humanos, hay males que atacan a la democracia y
erosionan sus cimientos, llegando a provocar, a causa de su debilitamiento,
hasta su derrumbe y destrucción por las fuerzas anti-democráticas que conspiran
pera tomar del poder con el fin de ejercerlo autocrática y dictatorialmente.
Uno de esos males
es la corrupción. Cuando los gobernantes incurren en actos de corrupción usando
sus funciones públicas con el fin de lucrarse o para conceder favoritismos o el
uso de influencias para sus fines personales, erosionan los pilares de la
democracia y debilitan sus instituciones, esparciendo entre la población su más
nocivo efecto, que es mermar la credibilidad de los ciudadanos en sus
instituciones y sus gobernantes.
Un desencanto
que, en la medida de su gravedad y con el transcurrir del tiempo, fomenta el
descontento popular, que en muchas ocasiones provoca una explosión social cuyos
desenlaces finales suelen ser peligrosamente inciertos e impredecibles, pues
tras estos estallidos sociales, también suelen esconderse aquellos elementos
anti-democráticos que accionan con agendas privadas, muy lejos y contrarias a
las aspiraciones y reclamos autóctonos del pueblo.
Amparados en el
malestar general, surgen los populistas que esgrimen, como canto de sirenas,
las promesas y deseos que gustaría escuchar a la población, para luego, una vez
en el poder, imponer una dictadura férrea, --- sea de derecha o de izquierda
--- conculcando todas las libertades y derechos del pueblo y al final, se convierten en los mayores abusadores y
corruptos del poder, pero sin que ya nadie que los señale, critique o procese
judicialmente por sus desmanes y latrocinios, porque el poder absoluto robado
al pueblo, los convierte en impunes.
La historia está
llena de ejemplos:
En la Cuba
republicana, los gobiernos de aquel entonces cayeron en la corrupción y el
favoritismo político, creando en la población un desencanto en las
instituciones democráticas , factor que utilizó, primero el dictador Fulgencio
Batista para dar un golpe de estado que rompió el orden constitucional del
país y facilitando el pretexto, para que
posteriormente, el inescrupuloso populista y
tirano Fidel Castro, engañando al pueblo con su demagogia, tomara el
poder e impusiera una cruel tiranía totalitaria comunista.
En Venezuela la
corrupción de los gobernantes democráticos abrió la puerta para que el dictador
Hugo Chávez intentara dar un golpe de estado y luego de su amnistía, se lanzó
al ruedo político con su demagógico populismo e impuso una dictadura
pro-castrista, cuyos nocivos efectos seguimos viendo con la continuidad del
dictador Nicolás Maduro.
Los cierto es que
aquellos que subieron al poder prometiendo erradicación de la corrupción, una
vez se entronizan, resultan ser más corruptos que los desplazados que les
antecedieron en el poder.
Tanto en el caso
de Cuba como el de Venezuela, la corrupción los arropa, solo que, a diferencia
de la democracia, el pueblo no puede manifestar libremente su descontento,
quedando impune el latrocinio y el enriquecimiento ilícito de los gobernantes.
Los hechos hablan
por sí solos: A Fidel Castro, en vida, a mediados de los noventa, se le
encontró en bancos en Suiza una fortuna de $1,900 millones de dólares y tras su
muerte su herencia se estima en $900 millones de dólares. A Raúl Castro se le
estima una fortuna de más de $500 millones de dólares guardada en paraísos
fiscales. En el caso de Venezuela a Hugo Chávez se le estimaron $3,600 millones
de dólares, ahora en manos de su hija María Gabriela Chávez. A Nicolás Maduro
se calcula que tiene $953 millones de dólares, solamente en el Banco del
Vaticano, según recientemente fueron descubiertos y el número dos del chavismo,
Diosdado Cabello posee una mal habida fortuna estimada en $3,500 millones de
dólares. Tanto en el caso de Cuba como en el de Venezuela, se trata de fortunas
amasadas por el robo a las arcas públicas de dichos países.
Todos estos
dictadores, escondieron sus perversas intenciones tras su demagogia populista y
manipularon para su beneficio, los sentimientos, las aspiraciones y malestares
de sus respectivos pueblos, para hacerse con el poder; y una vez lo tomaron,
aferraron a este, y ahora, con total impunidad, están haciéndose cada día más
ricos, a costa de la esclavización y empobrecimiento de sus respectivos
pueblos.
De todos es
sabido que el mal de la corrupción ha golpeado --- y golpea --- a las
democracias latinoamericanas. Sin embargo, aunque ninguna sociedad está exenta
de padecer eventos de corrupción, las democracias con instituciones sólidas, en
donde los ciudadanos poseen arraigados valores de la honestidad y la honradez,
sobreviven a este mal. De ahí la necesidad de que los países tomen medidas
severas contra este mal endémico, para la salvaguarda del sistema democrático
en el continente.
Por eso a la
democracia hay que habilitarla de mecanismos legales e institucionales fuertes
e independientes que velen, castiguen e impidan con todo rigor y severidad los
actos de corrupción. La democracia, como sistema, tiene derecho a defenderse de
los males que le acechan.
San Juan, Puerto
Rico a 04 de agosto de 2019
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